La izquierda somos la cultura

Cultura es hoy día una palabra talismán que se utiliza para todo tipo de persuasiones, campañas, propaganda y argumentación emocional. Cuando personas o partidos políticos se arrogan “ser cultura”, lo único que hacen es pretender ser aceptados, ellos y sus argumentos, por el artículo 33. Lo que es cultura, quien es cultura, tiene razón, porque sí. También observamos el mismo método con la defensa de la dedicación profesional de los artistas. 


En España (como en la mayoría de los países de Occidente) el colectivo de artistas son declarada y mayoritariamente de izquierdas. El porqué de tal fenómeno daría para un estudio o una tesis doctoral, pero digamos que el modo de vida bohemio del artista encuadra mucho mejor con la persona de izquierdas que con la de derechas. Los conservadores dedican su vida, por lo general, a trabajos seguros y estables donde pueden llevar adelante a sus familias (vidas aburridas, dirían algunos, pero vidas que sustentan la demografía y la economía del país). Los progresistas, en cambio, tienen un menor apego a la familia, a la descendencia numerosa, y su menor seguimiento de la fe y la religión les inclinan más a volcar sus pasiones y sus esfuerzos en la fama y los aplausos, la ficción, las actividades emocionales.


Esto son, por supuesto, generalizaciones. Hay artistas de derechas que tienen familias numerosas, y gente de izquierdas con vidas supuestamente aburridas y seguras.

La cuestión es que el artista de izquierdas, por lo general, tiene una alta concepción de sí mismo con respecto a los conservadores: abierto de mente, culto, respetuoso con las minorías y con los derechos de todo el mundo (ya veremos que no tanto como creen), que ha superado las supersticiones atrasadas de la religión (él es su propio dios), en contraste con esos neandertales de derechas, empresarios corruptos, llenos de dinero sucio que roban al trabajador, fanáticos religiosos pero siempre hipócritas, que quitan los derechos a los demás y no respetan a “la cultura”. Estos pobres descerebrados de derechas no saben valorar la cultura y sus obras, sobre todo las que requieren una exquisita sensibilidad, como el abstracto o las performances donde prima el absurdo.

Se podrá aceptar o no, pero esta es la caricatura que los actuales partidos de izquierda (y muchos de sus simpatizantes) pintan de los conservadores. Y esta caricatura no se limita sólo a las noticias de prensa, conversaciones en medios audiovisuales y chascarrillos, sino que se difunde frecuentemente por medio de las propias obras artísticas, espectáculos de teatro, películas, novelas, ensayos. Es en la ficción, en sus argumentos e historias, donde cobran vida estos arquetipos y donde se cuece a fuego lento la caricatura arriba descrita.

Si tenemos en cuenta el incremento exponencial de la producción artística y de ficción, el tiempo dedicado al entretenimiento y la diversificación de canales de esos contenidos, podemos comprender entonces por qué la caricatura ha calado definitivamente en amplias capas de población, generalmente carentes de los criterios necesarios para discernir las puertas emocionales que abre un espectáculo o una obra literaria. Podemos comprender por qué la ideología de izquierdas y su paquete de creencias cala tanto en una sociedad progresivamente menos formada.

El sector cultural español está dominado por personas con ideología de izquierdas. Las subvenciones que se conceden desde las administraciones públicas van para proyectos con un planteamiento progresista, de manera casi monopolística. Es verdad también que hay mucho mayor número de artistas de izquierdas de por sí, por lo que hemos dicho más arriba.

Más grave es la censura que se ejerce ya de forma normalizada y sin complejos desde los canales públicos a contenidos y artistas conservadores (los pocos que hay). Esto es especialmente sangrante en las redes sociales, de capital y control norteamericano y plenamente sumergidas en el wokismo (la ideología dominante hoy en el mundo). Existe pues censura desde hace muchos años a toda idea conservadora que contradiga al wokismo. Todas las películas de temática conservadora nacen de productoras independientes y de financiación privada (crowdfunding principalmente), sin subvenciones públicas y tienen una difícil distribución, que no se puede comparar en ningún caso con la de la corriente dominante.

Cambian las tornas

Después de las elecciones del 28 de mayo de 2023 algunos ayuntamientos y comunidades autónomas tienen por primera vez gobiernos de tinte conservador. Bueno, la izquierda los denominaría “de extrema derecha” o “ultraderecha”, ya que así se sienten más justificados denostándolos. Y decimos por primera vez porque participa un partido conservador de verdad, no el PP de los últimos 20 años que ha servido de simple comparsa a la izquierda cultural.

Esos gobiernos locales o regionales han decidido que el dinero público no tiene por qué seguir alimentando obras artísticas que ofenden o simplemente difunden las mismas ideas de siempre (progresistas, anticatólicas, ofensivas o propagandísticas de la ideología de género o de la agenda LGTBI) y han decidido retirarlas de cartel o no programarlas. O dicho de otra manera, han cortado (al menos por un tiempo) el canal de difusión de dichas ideas, tan eficaz en el avance de la agenda política ligada a esas ideas. Quizá haya llegado el momento de difundir otras.

Muchos artistas y trabajadores del sector (actores, técnicos) han puesto el grito en el cielo y se han lanzado a una campaña con un mismo mensaje en redes sociales que dice:

“Las y los profesionales del mundo de la cultura denunciamos el retorno de la censura que está atentando contra la libertad de expresión, un derecho consolidado social y democráticamente en nuestra Constitución. Exigimos la protección de los derechos fundamentales. Sin Cultura no ha democracia”.

El comienzo ya es característico: el lenguaje sexista que ellos llaman “no sexista” pero que ignora ya definitivamente las más elementales normas gramaticales en beneficio de un discurso ideológico. Y realmente creen que les están haciendo un favor enorme a las mujeres que las están teniendo más en cuenta.

Lo sorprendente es que defiendan su trabajo, el de sus empresas culturales, como “derecho fundamental” que, supuestamente, les están quitando. La democracia y la cultura son ellos.

Ni una palabra de la censura anteriormente descrita. Sólo es censura cuando “sus” intereses particulares se ven afectados. Cuando se ejerce sobre otras personas e ideologías entonces es maravillosa, es la justicia social, el karma y la libertad.

Es poco tranquilizador que todo un sector profesional se convierta en propagador de una ideología concreta y que sirva de palanca a los partidos de ese espectro político. Deberían quizá exigir que se haga sólo cultura de izquierdas, y así por lo menos les agradeceríamos la sinceridad y la claridad.

Ciudadano Crítico